martes, 20 de febrero de 2007

Una sombra

Una sombra
Axel Jacobo Barradas Berglind



Su nombre es Ana. Ya lleva casi 6 años así.

No fue hasta después de caminar dos calles, cuando me di cuenta que la sombra imponente y pesada ya danzaba cerca de mí. Esto me perturbó. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, terminando por el cuello en una sensación casi de terror, pero más que nada de frenética curiosidad. Pensé en voltear, en verdad pasó por mi cabeza, pero este delirio me ha perseguido por días, por meses, Por años.

Una fuerte presencia cerca de mí, casi tocando mi pelo. Al voltear no era nada más que el viento susurrante y el canto de los grillos y la luz de la luna, y un poema, y la soledad, y la oscuridad….y yo. Si maldita sea, yo y nadie más, yo y nada más. No creí que en esta ocasión aquélla pesadez fuera más que el resultado del cansancio, de los pecados que nunca he pagado. Había tenido un día difícil y agobiante. Entonces seguí caminando, con un paso constante y seguro. Nada me preocupaba, realmente lo único interesante de mi lóbrega vida era aquél susurro que me acompañaba a donde quiera que iba. Naturalmente la primera vez me estremecí de pánico. Los susurros eran voraces, muerte, mort, Tod. Eso era lo único que podía escuchar. Al principio mi corazón se contraía y sentía ganas de llorar. Incluso un par de veces lloré de miedo, luego de desesperación. Pero luego lo acepté y entonces los susurros se volvieron más cálidos y suaves. Como una bala entrando apaciblemente por mi cabeza, perforando mi cráneo y acabando dulcemente con mi último aliento de vida.

Si pudieran sentirlo me entenderían. No es algo cotidiano. No es natural, es inmensamente enigmático y curiosamente seductor. Pero basta, después les hablaré de eso. Ahora quiero seguirles contando de mi primer encuentro. Fue hace 5 años. Tal vez un poco más. Mi vida era simple, rutinaria, liviana y bastante cómoda. No me molestaba en preguntarme cuán versátil la vida podría ser o cuántos misterios podría albergar. No me importaba. Hasta la fecha, me importa poco. Pero ese no es le punto. El punto es que escuché claramente una pisada detrás de mí. Un escalofrío instantáneo, seguido de un terror que acarició todo mi cuerpo, desde los pies, pasando por mi espina vertebral, hasta llegar a mi cuello y mi nuca. Como era de esperarse volteé para ver quién era capaz de cautivar mi alma de tal manera. Para mi sorpresa o mi alivio, no era nadie. Sólo pude ver mi sombra, negra y leal, acompañándome a donde quiera que iba. Aquél día regresaba de la escuela o tal vez de otro lugar, no lo recuerdo bien. Desde entonces, por lo menos una vez al mes he soñado con eso. No ha salido de mi vida, es como una prisión que me acorrala, una prisión sin barrotes ni piedras, una cárcel que me permite una completa libertad. Una ironía, una locura. Cree lo que quieras. No escribo esto para hacerte sentir bien, sinceramente no me importas.

Al parecer sigues interesado en lo que quiero contar, pues adelante, continua bajo tu propio riesgo. Pues aquél que entra a mi prisión para ver su deplorable estado, jamás sale. Te lo digo con el corazón, te lo digo porque ya te amo, te lo digo porque me encanta que a pesar de todo, sigues aquí. Quiere decir que le has perdido el miedo a la muerte. Al dolor, al sufrimiento, a lo desconocido. Te amo, sangrarás por mi. Ya lo veo venir.

La sombra danzaba a mí alrededor, podía verla con el rabillo del ojo. Me causó consuelo, pues ya tenía un par de días sin compañía. Pero entonces sucedió algo inesperado, se acercó a mí. Jamás había estado tan cerca. Me aceleré, y comencé automáticamente a caminar a paso veloz. Pero era como correr de algo que estaba en todas partes, estaba sobre mí, en mí. Entonces me detuve, no tenía miedo, no sentía nada más que calor, una caricia en el alma. Mi corazón se detuvo por un momento, el aliento escapó de mi boca. Todo se tornó azul y luego púrpura. Entonces caí sobre mis rodillas y un segundo antes de probar el sabor del asfalto, el aliento regresó a mí como si nunca hubiera deseado escapar de mis labios. Entonces lloré. Podría haber llorado sangre, pues me dolía tanto, mi pecho ardía y respiraba fuego en mis pulmones. El tiempo pasó y yo permanecí en trance. No podía moverme. Pero después de un largo tiempo, pude levantarme y seguir mi camino. Y la sombra no volvió.

Ana respira. Ana, respiraaaaaaaaaaa!!!!

El despertador. Yo, mi cuarto. Mi pecho. Mi cabeza. No recuerdo cómo había logrado llegar a mi cama, pero ahí estaba. Con el fresco recuerdo del día anterior, que me había robado la vida por unos segundos. Esa sombra, fuera lo fuera, ya no le bastaba con observarme y seguirme. Buscaba quitarme la vida, pero yo no estaba lista para dejar de vivir. Aunque realmente no me importaba demasiado hacerlo. Había cosas que me parecían fascinantes, pero eran cosas inexplicablemente lejanas y ajenas a mí. Así que permanecía alejada de sus virtudes y me enfocaba a vivir mi vida. A caminar por mí solitario camino. Cada paso es importante, aunque probablemente el único paso al que le damos la debida importancia, es al último de nuestras vidas. Somos tan patéticos. Me enfurece pensarlo.

Después de revivir los momentos vividos el día anterior, decidí pararme y caminar por el entorno. Prefiero no caer en los detalles de lo que me rodea. Todo eso no es importante, al fin y al cabo sólo son adornos. Y yo no busco adornar mi vida y mucho menos quiero adornar está historia para que parezca un árbol de navidad, brillante, hermoso, bien decorado y patéticamente falso. Yo quiero enseñarte la naturaleza, quiero que aprendas a apreciar la vida tal cuál es, quiero describirte los perfumes del espíritu y no la sarta de pendejadas que muchos se imaginan de la vida. Te renuevo la invitación, lárgate si tu cabeza es hueca y en tu corazón no caben mis palabras. Si eres valiente, quédate. Vive esto conmigo.

Días después de mí atrabancada desventura. Sentí la presencia, la sombra y la oscuridad nuevamente. Esta vez corrí. La calle era larga y mis pulmones eran angostos. Así que mi aliento se acabó antes que la calle. Y la sombra se acercaba, sólo que ahora me permitía percibirla. Caminaba lentamente hacía mi impotente ser. Claro, “caminaba”, probablemente lo que hacía no era caminar, pero no encuentro otra palabra para describir lo que percibía. Podía sentir los pasos, no sé si eran producto de mi imaginación, pero claramente escuchaba el sonido que emitían. Uno tras otro, lento, precavido, siniestro. Estaba a 10 pasos de mí. Dio un paso. Otro. Otro más. Silencio. Lágrimas. Silencio. Tres pasos, uno después de otro. Sólo cuatro pasos más y estaba lista para enfrentar la muerte. Un paso, dos más. Finalmente el último paso. Y me tiene… Escalofríos, mi cabello se eriza. Frío, calor, nieve, fuego. Vértigo. Vueltas, muchas vueltas. Siento dolor y un vacío repentino. Mi estómago se revuelve y vomito. Mis ojos lloran, pero mi alma está tranquila.

Está despertando. Wilson, por favor limpia la cama. Está vomitando otra vez. Y límpiale la cara, no vez la mirada de su madre. Por favor ten un poco de tacto. – dijo el doctor al enfermero, que obedecía las órdenes y miraba a la madre con una cara de vergüenza.
Su ritmo cardiaco está bajando, déjenla. Se calmará sola.

Pasó un día, una semana, tal vez un año o más. Había estado atrapada. Por fin había conocido a aquélla presencia que me perseguía. Yo estaba muerta. ¿No es así? Abrí los ojos. Vestida de blanco y mi madre sentada a mi lado, toda de negro, con lágrimas en sus ojos, vertiendo de ellos como una cascada. No podía moverme mucho, apenas podía mover la cabeza para mirar a mí alrededor. ¿Dónde estaba? Estaba muerta. ¿O estaba viva?

Señora, me alegra que haya recuperado a su hija. Felicidades, le deseo lo mejor a su familia. Ana estará lista para salir en un par de semanas después de su rehabilitación. Está un poco débil, pero mejorará. Buen día.

Así es. Así fue. Espero hayas comprendido el significado de todo esto. Estuve muerta. Morí de verdad. Una sobredosis. Así le llaman los doctores y los ignorantes, que no saben del edén que se alcanza antes de ella. Yo hubiera dado esta vida y otra más por el simple recuerdo de aquellas vivencias. Fue el nirvana para mí, en verdad lo he alcanzado y me quedé allí más de lo que esperaba. Para entonces, mi familia me había abandonado, mis amigos si es que realmente tenía alguno; estaban lejos, muertos o tenían sus propios problemas por resolver. Sinceramente me importaban muy poco como para preocuparme o para ocuparme pensando en alguna manera de que entraran nuevamente en mi vida. Estúpida. Lo sé bien. Pero más que estúpida, acorralada. No tuve opción. El diablo y sus secuaces me dieron una salida fácil y ligera. Acepté sin dudarlo y sin remordimiento alguno. Morí y luego estuve en coma por 6 malditos años. Una eternidad. No me reconozco en el espejo. De todo esto aprendí que la realidad no existe. Por 6 malditos años soñé que estaba viva y que la muerte me acechaba. Era mi madre. ¡Mi santa madre velando por mi vida! Ella fue quién me mantuvo viva por tantos años. Cada noche sueño con la sombra, cada noche me hostiga su presencia, ¡cada noche muero!

Ayer murió mi madre. Y está noche, iré con ella. Esta vez, nadie me llevara de vuelta a la vida. Gracias por escuchar. Dejo mi corazón en tí, tú que puedes, hazlo latir. Lector, amigo, hermano y amante; a ti te dejo mi última gota de vida.


Atentamente, Ana.

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