sábado, 30 de junio de 2007

Letras Aprisionadas

Lovisa Geneviève Ekelund Widmann

Tuve el coraje de decírtelo. Y que inmensa liberación. Reuní cada onza de voluntad para mostrártelo. Es probable que no te hayas percatado ni por un momento de mi disputa interior. Me distraías al mecer tus ideas en mis odios. Así, sentí desperdiciar cada segundo para decírtelo. Por pequeños instantes creí expulsar las palabras de mi boca. Infinitesimales soplos de ingenuidad. Aquellos que me hacían pensar que lo había logrado. Todo eso, únicamente para mirarte y descubrir que mi valor, era inexistente. Y te puedo jurar que nunca sentí tal decepción ante mi propia persona. Quizá te pida disculpas por no atender a una sola de tus palabras. Si lo lograba, comprenderías. Me debatía entre el si y el no. Como se acumulan las gotas después de la lluvia y como pretenden caer pero jamás lo hacen ante nuestros ojos, así era mi línea de pensamiento. Las palabras parecían surgir en el estómago y ser devoradas por mi lengua. Y yo, dispersa entre tus caricias. Pero aquella selección de palabras, tan presente como siempre. Y como nunca, nunca con tal intensidad. En seguida, en cuestión de un parpadeo había perdido mi oportunidad. Tal vez era preciso para que entendiera la importancia de decirlo hoy y decirlo ahora. Fue así, después de todo. Oprimiendo cualquier duda, te lo dije. Lo dije en tu oído, para que lo sintieras más cerca. Quizá cobardemente para no tener que repetir. Vaya que me costo, mas no hay mejor recompensa que el eco de las palabras en mi boca. Tal sensación relajante a través de mi garganta. Quizá leíste esto y te encontraste mareado. Te pido una hipócrita disculpa. Pues la importancia reside en la magnitud del poder que aporto tal liberación. Después de tantos enunciados, fue tan simple. Una sencilla opinión.

viernes, 29 de junio de 2007

Decirte algo

Axel J. Barradas

Te quiero pedir algo. Silencio, sólo quiero que me escuches. No, no es lo mismo de siempre, juro que esta vez te lo diré directo… tal como sale de mis labios. No buscaré rimas afortunadas, ni empalagaré tu curiosidad con mis cursilerías. Seré franco. Quisiera… empezar ahora, si me lo permites. ¿No quieres escuchar?... Pero pensé que precisamente esperabas este momento. Creo que era lo que querías, al menos eso pensaba. ¿Que me vaya? ¿A dónde me podría ir?... No seas ridícula. Jamás pensé esas cosas de ti, no exageres los hechos. Eso… eso es sólo una versión incrementada ridículamente por tu imaginación. No, no besé a nadie y mucho menos me acosté con esa ‘zorra’. Ella es una amiga, ¡te lo he dicho mil veces! En la escuela… sí… ahí la conocí y somos amigos desde entonces. ¡Por supuesto que no se me insinúa!... ¿cómo puedes decir ese tipo de cosas de ella? Basta. ¡Basta! ¡YA BASTA! ¿Me permitirías hablar por un segundo? Gracias. No, no soy un ebrio ni he estado consumiendo drogas. ¡Por favor! Lo del viernes pasado fue una casualidad y tú bien sabes que cuando tomo todo se vuelve extraño y me suelo confundir. No, no hay otra mujer. Sólo eres tú. ¡En verdad!… te lo aseguro. No… no grites… dé-…déjame hablar por favor. Sólo quería decirte que… ¡Que no! No, no te voy a pedir favores ni tampoco dinero. No recuerdo una sola vez que te haya pedido dinero más que para complacerte con tus usuales caprichos. No me alces la voz… ¡sólo estoy tratando de decirte que…! ¡¿Qué?! ¡Yo jamás he insultado a tus abuelos!... Eso fue una broma, tú lo sabes. ¿Por qué siempre sacas esto cuando trato de hablar de cosas serias contigo? ¿Qué me falta seriedad?... Por favor… Tú siempre fuiste una hipócrita y yo jamás te lo reprocho. Eres una malagradecida. ¡Suelta eso!... ¡DÉJALO!... esa vasija la trajo mi mamá de Tailandia, si la rompe-… ¡¡NOOOO!! ¡LA ROMPISTE! ¡Eres una estúpida! Todo por tus caprichos y berrinches sin razón de ser… ¡NO!... ¡No era una vasija de quince pesos! Era de porcelana y mi mamá me la regaló hace años. Si se entera me va a matar… ¡déjame en paz! ¡LÁRGATE, PUES! Al infierno o qué sé yo… ¿Que qué te quería decir? Nada. Eres un estorbo. Déjame sólo, tengo que reparar la vasija.

Libre como un preso

Axel J. Barradas

Las emociones nos encarcelan, nos aprisionan y marean. Se vuelven los martirios de cada día, el primer pensamiento por las mañanas y el último por las noches. Nos privan de la ya diezmada libertad que a duras penas poseemos. ¡Y así, nos convertimos en eternos esclavos hasta de nosotros mismos! No menos dominados como son las olas por el mar. Como los seres, tanto animados como inanimados, lo son por la gravedad. Vamos y venimos y ni cuenta nos damos. Somos manipulados y manipulables y nos movemos por el arte de cuerdas invisibles, como títeres, por simple inercia e instinto que calificamos de inequívoco. La libertad nos enajena de orgullo, la simple idea de que en verdad la poseemos a pesar de ser tan vaga y efímera. Tan frágil e impalpable.

Lector, te pregunto, ¿por qué te vas? Tu libertad te llama con dulzura. ¿No pensaste siquiera en mi destrucción prensada a cada rima que compone tu soledad y tu imperiosa necesidad de marcharte?... de alejarte de mí y del mundo entero. Pues… ¡yo pienso que la libertad te ha hecho su presa! Si no me lees, no existo. Pero eres libre de mí y… ¿verdaderamente te has librado de todas tus demás cadenas? O acaso te encuentras tal como yo, envuelto en todas esas penas que jamás se han de revelar. Que son mías, muy mías (y así también, serán sólo tuyas). Te hallas inmerso y embobado dentro de las fauces de un monstruo que te controla, que maneja el destino y nos priva de la libertad: llámese la moral, el sistema, las ideas, la familia, la vida misma, todo lo que nos rodea y que nunca cuestionamos.

¡No bosteces! Tampoco frunzas el ceño. Quiero concluir diciéndote que somos libres de marchar o de quedarnos. Libres como la mañana, libres como un grano de arena o como una nube que surca los cielos sin encontrar jamás fronteras. ¡Libres al fin! O por lo menos, libres de fingir que verdaderamente lo somos… y luego pretenderé que no hay otra alternativa para demostrar lo contrario. ¡Yo también puedo simular sonrisas y esconder lágrimas con vergüenza! La libertad es mía, soy libre… ¡libre! Encadenado por siempre a mis emociones y caprichos, pero libre en mi interminable soledad. ¿Y tú? Tú eres libre de marcharte junto con mis palabras que se borran y se van, que se estancan y padecen. Que se olvidan.

martes, 19 de junio de 2007

Un sueño de libertad

Axel J. Barradas

La mañana acechaba a la noche con la primera luz del alba. Los rayos del sol se asomaban tímidos por el horizonte, colándose dentro de las ventanas como avergonzados de perturbar los sueños que danzaban en otras lejanas primaveras. Jóvenes y viejos volaban sobre países hermosos, tierras áridas, lugares musicales, cantos, seres monstruosos, vidas alternas y universos paralelos. Una espuma espesa y etérea, un alentador vacío donde todo es posible. Un lugar donde lo único que reinaba era la imaginación. Un circo interminable que se montaba en el subconsciente y se desmontaba al abrir los ojos y al percibir el olor del hogar y escuchar el canto de las aves en la madrugada.

Era un día como cualquier otro, como los que ya se han visto tantas veces. Como los que aún esperaban en el almacén del futuro. Allí, entre un mar de sueños invisibles, destacaba uno muy especial. Uno que oscilaba entre la esclavitud y la libertad. Aquel sueño provenía de las ilusiones de un tal Don Porfirio. Hombre de fuerza y vigor remarcable. Lleno de un afán insaciable por librarse de sus cadenas, ya fuera a la buena o a la mala.

Ese hombre se imaginaba andando por un campo interminable, respirando el aire matutino sin el agobio y la pesadez de vivir controlado por una fuerza ajena e insuperable. Su alma se sentía a reventar de alegría, pues en la ingenuidad del sueño nocturno es muy común que se confundan los sueños con la realidad. Uno se engaña a si mismo. Ni siquiera hacen falta terceros para sentirse decepcionados; basta con despertar de un sueño profundo y glorioso para sentir a la realidad como una fría puñalada. Como un balde de agua fría que nadie desea recibir, pero al cual absolutamente toda persona se aferra con celosía y con una obsesión impostergable y ridícula. Don Porfirio fantaseaba con una libertad que, fuera de sus sueños, permanecía inalcanzable para él y todos sus allegados. Pero era un hombre temerario y estaba dispuesto a tomar sus armas y despachar el alma de aquél que nublara su visión. Tenía el valor, sólo que las oportunidades escaseaban.

Porfirio se tallaba los ojos. ‘Otra vez el mismo sueño’ se decía una y otra vez sin poder pronunciarlo en voz alta. Las palabras bailoteaban en su interior. Se sentía vigoroso pero a la vez fatigado por la rutina que día a día cumplía tan rígidamente. Oprimido por el yugo autoritario de un tirano despiadado y prepotente, un gobernador que frecuentemente comparaba la vida con un juego de cartas, pues tenía una afición maniaca por el pokar y se auto-consideraba la mejor carta de cualquier baraja. ‘Como yo no hay dos, ni habrá nunca uno como yo. ¡Escúcheme bien Arnulfo!, abre bien esos oídos llenos de cerilla… jamás verá este lugar la luz como lo hace hoy conmigo a la cabeza… ya verán esos hijos de…’ solía decirle a gritos a su inútil consejero. Su nombre era Gabino, pero casi nadie lo sabía. Todos le decían ‘señor’, o de alguna forma que resaltase su excelsa autoridad sobre ellos.

Gabino era un dictador local de un pueblo perdido en Centroamérica. Su locación exacta no es de interés, como tampoco lo es el tiempo. Lo que importa son las enseñanzas, las migajas de los sucesos que son pruebas de la grandeza de antaño. Banquetes de gloria convertidos en sobras perdidas y monumentos olvidados.

La gente probablemente lo ha olvidado y abandonado en los rincones más oscuros de su memoria, pues, la libertad al convertirse en algo accesible para todos, provoca una despreocupación fantástica que termina derivando en olvido y desinterés (cuando es acompañada de bienestar, seguridad y comodidad). Bien dicen, ‘al pueblo pan y circo’… mientras tenga que comer y con qué entretenerme no habrán razones para que me pregunte de donde procede el pan de mi mesa.

El tirano era un hombre inteligente, abrumado por la vida. En una magnífica soledad, había tenido que pagar un precio muy alto por su existencia. Abandonado de niño y con una vida que difícilmente le esperaba algo más que no fuera la muerte, logró sobrevivir. Las pocas posibilidades de éxito nunca lo sobajaron. Finalmente, a base de golpes y cicatrices inolvidables logró su cometido y salió adelante. Terminó refugiándose en sí mismo, creando un cascarón que lo protegiera de la lluvia, de los fieros animales y de lo más peligroso del mundo: de los demás hombres. Tenía que elegir: ¿Oprimir o ser oprimido? Escogió la primera y se educó robando, corriendo, insultando y asechando desde las sombras. Aprendió lenguas indígenas en sus travesías por las espesas selvas, atravesando diversas poblaciones, caudalosos ríos y áridos desiertos. Un niño llorón convertido en un animal experimentado y furioso con el mundo.

Se llenaba de sobrenombres pues nunca quiso tener un nombre propio. O quizás no pudo entender la importancia de tener un sonido que lo caracterizara. Su mundo se reducía a él mismo, así que no había mucha utilidad en darse a si mismo un nombre. Él sabía quién era, y con eso bastaba.

Recordaba que su madre le llamaba Gabino. Fuera de dichos distantes recuerdos, sólo existían las memorias de gente diciéndole ‘quítate niño’. Pero luego escuchó que había demasiados a los que llamaban como a él. El apelativo cambió a ‘joven’ y finalmente a ‘señor’. Se había ganado el respeto de sus compatriotas con su indomable personalidad y su dureza. Su carácter no le permitía ser blando, había que reprimir a los débiles. Un depredador sediento de comprensión, afectado por una infancia perturbada y poco común. Animalizado, creado con sueños primitivos de supervivencia del más apto. Ignoraba el año o el lugar donde habitaba, sólo sabía que había una exuberante vegetación, poblada de peligros. Había poca gente, distribuida en pueblos alejados. La tecnología era en su mente, sinónimo de destrucción. Armas: rifles, pistolas, granadas; formas efectivas y rápidas de aniquilar obstáculos.

Con el paso del tiempo, el misterioso destino le favoreció otorgándole un rebaño de gente a sus pies. Primero, seguidores. Luego un pueblo, luego dos. Después todos los alrededores eran controlados por él; un militar rico, con un aire de corrupción implacable, pero irónicamente falso. En un abrir y cerrar de ojos, todos eran gobernados por su puño cerrado y su voz demandante. Nadie se burlaba de él. Su única pasión era el pokar. Las mujeres le divertían. Ninguna lo lograba entender verdaderamente, pues sólo buscaban la importancia que significaba estar a su lado. Y él lo sabía.

Una pena justificada por el dolor, una ambición incontrolable rondaba en su mente y en su corazón. Inconscientemente se había convertido en aquello que odiaba. Aquello que le había robado a sus padres, a su infancia y a su vida como debería haber sido. Hoy jugaba con el fuego que ayer había consumido todas sus esperanzas y lo había dejado entre las cenizas de la crueldad, en una agonía que exclusivamente lo miraba a él. Algo que lo habría destrozado y lo había obligado a hacerse más fuerte. Tan fuerte que lograría revertir los papeles, para que se convirtiera en la enfermedad que en un principio había luchado hasta la fatiga por combatir.

Del otro lado de la moneda estaba Don Porfirio, cuyo sueño era el de poder acabar con aquel gobernante hasta haberle robado el último aliento. Terminar con el dictador ponzoñoso que no conocía la misericordia. Para Gabino, las ilusiones eran simplemente las de llenar el vacío de su alma. Pero éstas se disipaban entre la realidad que se mostraba alterna y cambiante. La moneda se había echado al aire.

El destino cedió ante su libre albedrío. ¡Que chocaran sus egos y sus armas, que sobreviviera el más apto!

Y fue un día como cualquier otro que Don Porfirio tomó un cuchillo largo que guardaba junto a sus machetes y hachas. Lo afiló y salió como lo hacía de costumbre con dirección a la espesa vegetación de la selva. Las copas de los árboles adornaban el espléndido paisaje. Las aves emitían distintos cantos, algunos más melódicos, otros más estridentes. El ruido se expandía y se confundía, como una orquesta con tantos instrumentos que es imposible diferenciar uno de otro. Don Porfirio había salido a buscar qué comer. Pero en su camino, mientras deambulaba por la frondosa vereda, encontró algo mucho más importante que su comida. Era el hombre que provocaba su delirio, la peor de sus pesadillas encarnada y materializada frente a sus ojos, a unos veinte metros de él. Era su Señor, el intocable, el invencible. Era Gabino e iba solo. Don Porfirio se acercó lentamente. Era su oportunidad, la hora había llegado de arreglar las cosas a su manera. No podía dudar, sus manos sudaban pero dentro de él estaba tan seguro como siempre lo estuvo.

Un paso, otro. La figura de Gabino se iba agrandando. El sudor escurría por la frente de Porfirio. Cada paso apretaba con más fuerza el machete que sostenía en su mano. Un paso más, y un par de hojas secas truenan y rechinan. Gabino voltea, pero Porfirio ya corre hacia él, impacientado y desorientado por su falta de discreción.

La contienda no duró demasiado. Se revolcaron por el piso, se patearon y golpearon con ímpetu, como fieras salvajes. Gabino evitaba las enfurecidas cuchilladas.

Finalmente ambos terminaron en el lodoso suelo después de los breves minutos de forcejear, gritar e intentar dar el golpe más certero. Ambos eran corpulentos. Los sueños se opacaban y al mismo tiempo se prendían en los tonos más vivos, saturándose de brillo. Las ilusiones cobraban vida. Los ojos de Don Porfirio estaban saturados de ellas.

El cuchillo Porfirio se sostenía sobre la yugular del tirano. El puñal de Gabino picaba la piel de Porfirio, listo para perforarle el estómago, cosa que le garantizaría una muerte un tanto más lenta y dolorosa.

Se dio el siguiente paso. La sangre brotó, el dolor dio su último sollozo y la selva fue el único testigo de uno de los sucesos más memorables que habrían de tomar lugar en aquel sombrío y alejado lugar.

En un segundo se concluyó con la contienda y ambas vidas se esfumaron de la existencia. El dolor junto con ellas. Los lamentos, los gritos, la sangre, el hastío. Incluso los sueños. Todo desapareció.

El pueblo ya no sería regido por un tirano. Ya nadie sufriría de la opresión, todo habría de regresar a una normalidad que ya casi todos habían olvidado. Los más viejos se reunieron en una especie de asamblea y reestablecieron el orden que hace tanto tiempo se añoraba. El funeral de Porfirio, el héroe, que entregó su vida para salvarlos de la opresión, se llevó a cabo a la siguiente mañana. Gabino había sido sepultado sin ceremonias; sólo el silencio y las lágrimas escoltaron su ausencia.

Los sueños de libertad se apoderaron de esos hombres, que fueron tan sólo actores que regalaron sus almas en una batalla continua e inconclusa, donde no existe la igualdad, y donde la equidad es una palabra demasiado amplia para que la humanidad pueda entenderla. Las ilusiones importan, la esperanza nunca morirá mientras existan las causas por las cuales valga la pena verter cada gota de sangre que sea necesaria.

Una ilusión puede cambiar el mundo. Un sueño es el primer paso a la gloria. Los sueños son el nacimiento de las más grandes maniobras, son el comienzo de la vida. Sin ellos, la vida nada sería.

Así como amaneció aquel día, anocheció y el sol se escondió detrás de una cortina de tinieblas, dándole paso a la tenue luz de la luna y las estrellas. El frío capturó el paisaje y todo se nublo de desconcierto y de una confusa alegría. La libertad… la libertad olía como la esclavitud, la comida sabía igual. Pero los sueños… los sueños repletos de añoranzas desaparecieron. Algo, algo en sus almas cambió. La libertad reposaba finalmente en el sepulcro junto con el tirano que la había encadenado. Los sueños de libertad se esfumaron.

La Caricia

Axel Jacobo Barradas Berglind
Una historia espera en el buró, con sus hojas pacientes y dispuestas. Con un olor a fantasía, escrito con una tinta que en lugar de narrar… grita, canta, baila, sueña y hace soñar. Una historia que comienza en la perdición…

Yo te entiendo. Te estoy mirando a través de las hojas y casi te siento tocando cada letra y sintiendo mi punzante necedad. Quiero tenerte y deseo estar a tu lado. Te contaré mi historia, déjame llevarte conmigo a los bordes del deseo. Al peñasco de tus fantasías, sueña, vuela y canta. Vive y ámame. Ámame por siempre.

Si he de contar mi vida, entonces sin duda alguna, todo empezaría con ella. No porque yo haya nacido en ese momento, sino porque fue con ella cuando comencé a vivir de verdad. Su figura era hermosa como la de un ángel. Perfecta. Sus ojos color miel derretían mi alma como fuego al hielo. Yo era tan sólo un mártir soportando la idea de perderla y no poderla recuperar jamás.

Ella acarició mi cabello por primera vez en una noche sin luna. En un cielo sin estrellas nublado de tristeza y agonía. Pesada y espesa, la noche arrullaba a los astros lejanos y a los hombres malvados.

El día más grande. El día más triste. Mis lamentos alcanzaron el fondo del océano azul, mis palabras lo traspasaron como flechas despiadadas y me hallaba completamente solo. Mi voz era la voz ronca de la noche melancólica… del drama del bosque y la naturaleza. Un drama contemplado por los árboles, las nubes y las estrellas. Admirada por la almas que nunca descansan.

Los bares y burdeles se habían convertido en mi único amparo; el alcohol me incendiaba por dentro. Había perdido la noción del tiempo y las ganas de seguir viviendo de esa o de cualquier otra forma. El asco, el odio, la soledad. Ya no podía soportarlo más. Las lágrimas escapaban de mis ojos. Estaba ebrio y triste. Había llegado a un pequeño lago, me había alejado del ruido de la ciudad sin ni siquiera darme cuenta. Pero me agradaba, una sinfonía de grillos empatada con el olor fresco del pasto me arrullaba y de pronto, me di cuenta que todo era tranquilidad.

Dejé escapar unos cuantos sollozos que nacieron en mi alma y pasaron por mi adolorida garganta hasta salir por mi boca como los poemas más tristes jamás pronunciados. Cada lágrima era un recuerdo que aunque salía por mis ojos, no abandonaba en absoluto mi alma.

Los grillos de pronto callaron. Un silencio sepulcral se apoderó de cada partícula del aire, de cada árbol, de cada pasto y cada gota que me rodeaba. Parecía como si mis lamentos hubieran conmovido a la naturaleza misma. Todo se tornó inmóvil. Miré hacia arriba: no había ni luna, ni estrellas, ni nubes. El agua del pequeño lago empezó a vibrar, como si alguien hubiera arrojado una piedra desde el cielo ausente. Yo estaba tendido en el piso, pasmado y confundido. De pronto vi como salía de en medio del lago un ser de majestuosidad incomparable. Una mujer de pelo castaño y rizado. Era ella. Llevaba un vestido corto, como bordado con hojas. No alcanzaba a verla con claridad. Y de pronto, cayó desmayada sobre el manto puro del agua y miré horrorizado como parecía estarse ahogando. Sin pensarlo, me eché al agua. Nadé hasta ella, la tomé en mis brazos y la llevé a la orilla después de hacer un gran esfuerzo.

Estaba inconsciente. Era mucho más hermosa de lo que esperaba. Su cuerpo era más bello y perfecto que cualquier escultura de afrodita. Su piel era suave como la seda. No podía dejar de verla y respiré aliviado al observar su pecho levantarse para llenar sus pulmones de aire. Estaba viva, abrió los ojos y me asomé por primera vez al paraíso a través de esos ojos grandes e indescriptiblemente bellos. Me miró confundida pero sin miedo. Aunque noté que no podía mantenerse despierta. Luego se dejó fundir en un sueño tan profundo como el de un recién nacido. Me quedé pasmado ante la inocencia de su rostro y la serenidad de su expresión, ante sus rasgos finos y su maravillosa figura.

Ilusión. La cargué con toda la delicadeza de la que fui capaz en ese momento. Era liviana como el viento y me abrazó como un niño que duerme en los brazos de su madre. Entonces me dirigí hacia mi casa, aún temblando bajo los efectos del alcohol. Tardé veinte minutos en llegar. Entré a mi cuarto y la dejé en la cama y yo me dirigí al sofá. Mis brazos estaban adoloridos, sentía mi cuerpo pesado y mi cabeza estaba lista para explotar, pero mi alma estaba extasiada. Esto me hizo caer en el más profundo sueño. Cansancio bañado de satisfacción y una tranquilidad deliciosamente inexplicable.

Amanezco sediento y adolorido. Un dolor de cabeza intenso -casi intolerable-. No sabía que había ocurrido. Recordaba todo casi a la perfección, pero por algún motivo lo había tomado inconscientemente como un simple sueño bondadoso que ya se había perdido desde el momento en que desperté. No sabía donde comenzaba la realidad y donde acababan mis sueños. Me dirigí a mi cuarto de mala gana, seguro de que no vería lo que añoraba con cada partícula de mi ser.

Pero algo habría se sorprenderme. No lo había imaginado. Sobre mi cama vi con sorpresa y alivio el cuerpo de una mujer. Estaba acurrucada en un rincón, asumiendo una posición fetal. Tenía un vestido bordado con hojas y perlas. Todo fue claro. El tibio dolor prendiéndose como agujas en mis músculos me hizo saber con certeza que era real. Lo único que hice fue mirarla, mi cuerpo se estremecía con sólo verla.

Ella despertó atemorizada. Parecía tan confundida como yo. Traté de calmarla. Me di cuenta de que mi voz la arrullaba. Me acerqué tanto que podía sentir su cuerpo contra el mío, sentía su calor abrazándome tiernamente. Sentía sus muslos y su pecho, y ella me miraba fijamente. Podría haberme perdido por siempre en aquella mirada, que era como un río de oro y plata. La perfección de sus rasgos y su cabello, era inmaculada. No podía ser real. Sentía su magia entrar por cada poro, y su mirada hechizante que jamás se detenía. Aquella mirada, que nunca habría de olvidar. Ni siquiera ante la muerte.

Muda y suave. Sus delicados dedos se acercaron a mi cuello y a mi cabeza. Tocaba mi cara con gracia, podía sentir el dulce calor de su mano rozando mi piel. Llovía, esto nos arrullaba. Entonces la lluvia desentonó con un terrible estruendo. Pero sentí una repentina calma. Volteé y la miré, ella instantáneamente me miró también. Un momento sublime y penetrante. Compartimos alegrías, tristezas, miedo y fantasía en una fracción de segundo. Una poderosa magia danzaba a su alrededor. Sus ojos grandes y brillantes, felinos y elegantes me acariciaban con ternura y cada movimiento suyo provocaba en mí una explosión de emociones incontables y formidables. ¡Cuánto la amé!, y como me perturbaba su presencia y se apoderaba de mí un sentimiento infinito de deseo. De tenerla a mi lado por siempre. Pero ‘siempre’ es relativo, ‘siempre’ es inhumano. La quería en ese momento. Pero a la mente le gusta jugar con lo imposible y darle al hombre incongruentes y pequeños sorbos de soberbia sin límites, de potencia inmortal y gloria incalculable. Yo lo viví. Ella debía ser sólo mía. Lo que pasara después ya era cosa del destino. El destino me la trajo, el destino se encargaría también de quitármela. El destino que vomita crueldad o escupe discordia, cómo a veces te da felicidad y gloria.

Así fue esa noche que tendí mi vida bajo la luz de su misericordia. Me hizo revivir, me dio el aire que necesitaba. Convirtió mi mundo en un paraíso y borró mis tristezas. Me dio una verdadera razón para vivir. Callada. No hablaba y no me importaba.

Estuvo conmigo sólo unos cuántos días. Le enseñé mi rutina, le entregué mi esencia y mi vida. La llevé a la gran ciudad, recorrimos calles y tiendas. Todos quedaban embrujados con su inmensa belleza. Le dije que estaba pronto a desvanecer de no haber sido por ella. Le encantaba escucharme. Aprendía rápido. Al cabo de unos cuántos días hablaba. Más no lo hacía con frecuencia, sólo me susurraba palabras al oído.

Pero un día me miró con infinita tristeza. Su sola mirada provoco mi llanto. Tenía que marcharse y no había nada que pudiera hacer para impedírselo.

El último día, acurrucada en mis brazos, al amanecer me miró y me pidió que me levantara, luego tomó de mi mano y me llevó hasta el lago donde la había encontrado. No pudo contener las lágrimas. Nunca la había visto llorar. Acarició mi cara por última vez y me dio un beso apasionado y poderoso. Dejé mi corazón y toda mi esencia en ese beso que me robó el aliento. Y entonces caminó, alejándose de mí. Con la cara empapada en lágrimas color violeta y en sus ojos dorados y brillantes como un sol. Su esbelto cuerpo emanaba luz y calor conforme se alejaba. Volteó enigmática y entonces pronunció palabras que me petrificaron en ese momento y que aún me dan escalofríos recordar.

“Vine a recordarle a tu nostalgia, que la vida es hermosa. Tus sollozos me conmovieron tanto que quise venir a darte ese consuelo. Hombre, poeta y amante... No te dejes perder en los vicios. El demonio danza a tu alrededor pues es a los ángeles más queridos del señor a los primeros que busca seducir. Aquí haz de olvidar nuestro amor… Pero nunca olvides respirar. En tu último día… iremos juntos hasta el fin de tu camino. Se convertirá entonces en nuestro camino.”

Mi cara era la de un hombre perdido. Podría haber llenado un lago con mis lágrimas. No quería dejarla ir. Podría haber compuesto una sinfonía con mis lamentos… Pero contuve mis sentimientos. Observé como mi amada se desvanecía y como su cuerpo en cientos de mariposas se convirtió. Y en el viento, me acarició una última vez.

Desde entonces fui un hombre nuevo. Y aunque la busqué, jamás la encontré. En mis sueños se aparecía. Lejana e inalcanzable. Mi inspiración. El sentido de mi vida. Mi alegría y mi fuerza. Se lo agradezco, escribiendo aquí mis lamentos. Ella fue mi vida… lo sigue siendo (Suspiro). Siempre lo será…

Pero la historia se terminó realmente hasta que exhaló su último aliento. Él decía haber vivido con un ángel que le había devuelto la vida y enseñado el verdadero amor. Se dice que vivió muchos años más; tantos como pudo aguantar. Fue un hombre sabio y feliz, encontró a una buena mujer y tuvo muchos hijos y su familia siempre lo honró. Jamás probó una gota más de alcohol, ni regresó a aquéllos bares y burdeles oscuros y perversos. Dicen que el hombre iba con frecuencia a un lago cercano y siempre se escapaba una lágrima de sus ojos verdes. Y dejaba una rosa en el lago, mientras susurraba palabras al viento, a la luna y las estrellas cobardes que se habían escondido el día en que se habían conocido ella y él. Algunos dicen que poco antes de morir dijo a sus hijos que fueran buenos y honraran el recuerdo de su padre, que les dio un último beso, así como a su amada esposa. Luego lloró de alegría, mientras los suyos lloraban de tristeza y desesperación.


“Vida mía, allá voy. Espérame… no tardo”. Aquellas fueron sus últimas palabras; palabras que nadie más que el viento y su cama pudieron escuchar.

Y así el joven convertido en viejo, caminó hacia las estrellas por un camino pintado con la colorida esencia del universo. La vio, ahí estaba con la misma expresión con la que la había conocido… Ahora, sin importar la naturaleza de sus almas, iban a un lugar dónde la fantasía y la realidad ya no existían ni los limitaba. Listos para estar juntos para siempre.

He aquí el final de una historia breve, pero el comienzo de otra mucho más hermosa que carece de fin. La eternidad espera en los versos esta noche.

La apariencia del placer y el sacrificio

Axel J. Barradas y Lovisa Ekelund
-¡Blas!, ¿sabes que significa mi nombre?- preguntó Camila con voz entusiasta.

Blas miró a su amiga con especial alegría.
-¡Hola rabiosa!- contestó- no, no lo sé. Seguramente algo así como obsesiva o aburrida- dijo, riendo su propio chiste, pero con disimulo.

-Te he dicho no sé cuantas veces que no me digas así, pero eres imposible...- le reprochó y continuó- significa "la que espera sacrificio".

Blas titubeó, sonrió y luego preguntó en tono sarcástico.
-¿Y qué sacrificio esperas tú?... Deberías dejar a ese desgraciado con el que andas y estar conmigo- sugirió- ¿Ya lo ves?, ese sí sería un sacrificio digno, hasta tu nombre te lo propone. Digamos que el destino nos favorece, querida amiga.

-Ay, por favor. ¿Para qué tanto embrollo?... por cierto, tu nombre sólo significa ‘tartamudo’. Lo investigué, a mí de qué me sirve un tartamudo…- replicó ella levantando las cejas y vaciló- además ese no es el sacrificio que espero.

Blas dejó escapar una risita burlona.
-Pero tú bien sabes que yo no soy un tartamudo. Además, que me importa lo que tus libritos de segunda mano digan- reprochó Blas.

Camila respondió con una mirada que su amigo conocía perfectamente.

>>Anda, dime. ¿Cuál sería tu glorioso sacrificio, Camilita de mi corazón?- preguntó Blas, irrumpiendo con la tensión que provocaba el mirar de Camila.

-¿Mi sacrificio?... supongo que no hay sacrificio propio mientras no haya pequeños sacrificios cada día... una persona se sacrifica al ceder, al tolerar…- contestó.

-¿Sabes?- respondió arqueando las cejas- hoy vi a Margarito, y ese cabrón me debe dinero... ese imbécil bueno para nada sí se debería sacrificar, no tú que no le debes nada a este pinche mundo mediocre y a este sistema infectado de mierda, que nos hace una masa de pendejos sin capacidad de razonar.- refutó Blas, colérico.

-¿¡Lo ves!?, eso es a lo que me refiero. Esperas la nobleza de Margarito sin entregar antes la tuya- le dijo- Podrías empezar con cosas mínimas... por ejemplo, no hay por que usar ese tipo de ofensas antes del nombre de cualquier cosa. Insultar no cambia nada, Blas- le reprochó.

-Pachona- respondió, observándola con una mirada de culpabilidad. -Para decirme esas cosas está mi Mamá... y si ella no me dice nada no tienes porque hacerlo tú, ¿vale? Aparte, ¿quién te mantuvo cuando eras una morrita desamparada?... sólo yo, sí señor.

-¿Tú?... Caray, como hablas- le dijo ella con ironía. -Precisamente por eso te lo digo, no hay nadie más que te diga tus cosas- Calló y espero unos segundos mientras Blas tomaba de una botella que sostenía en su mano derecha.

>> ¡Escúchame carajo!, por más que lo intento eres el mismo de siempre.

Blas se enjugo los labios con el dorso de la mano y dejo la botella a un lado.
-Pues sí, siempre seré el mismo, Cami... ¿Por qué habría de cambiar? Una basura más en esta pila de podredumbre no cambiará nada. Déjame ser como soy, así soy feliz y me conoces bien; no sé por qué de pronto te da esa manía de empeñarte en corregirme- le contestó a su querida amiga, sabiendo que la lastimaba su indiferencia ante el cambio que ella tanto anhelaba en él. Blas no soportaba su insistencia, pero a la vez, le encantaba la sensación de sentirse provocado. Jugaba y se burlaba de todo con ironía.

-No eres feliz... y ni si quiera eres uno mas de la bola que no aporta nada, haces daño y lo sabes... Cambia por ti y por tus Papás... ¡por los vecinos!, que no tienes idea cuanto lo agradecerían...cambia por mí- le contestó dulcificando cada tono, hablaba despacio, haciendo cuidadosa selección de sus palabras.

-A mis Papás les importa un bledo lo que yo haga, igualmente a los vecinos que son unos tarados sin futuro. Tú eres la única por la que lo haría, pero no veo tu punto... igual me han dejado todas y cada una de las viejas que se han acercado a mí con una falsa sonrisa- dijo conmovido y un tanto entristecido por la aparente negrura de su realidad.

>>El fin de semana estuve con Aída...- agregó- me pidió que regresáramos, está loca.- concluyó, embelesado y a la vez amedrentado por su enrarecida relación y por la soledad que esto le provocaba.

-Pues sí, está loca... es una terca como tú- le contestó Camila, cortante. -Blas... ¿cuándo vas a dejar de cambiarme el tema cada vez que hablo de esto contigo? Antes eras considerado.

-Antes, corazón… cuando teníamos nueve años. Fuera de eso, tú crees que tu angelito es el mejor hombre, pero tú y yo sabemos que ese cabrón no te conviene.- objetó, un tanto nublado por los celos- No sé que le ves.

-¿¡Eso que tiene que ver Blas!?...- respondió ella de inmediato

>>Y sí- continuó- antes, a los nueve, a los diez, a los once o hace veinte años, como quieras ponerlo...pero yo he crecido igual que tú y aún no entiendo tu afán por ser… “el malo” del vecindario- dijo Camila desesperada, extendiendo los brazos al hablar.

-No soy el malo del vecindario, sólo me comporto de acuerdo a las situaciones... no voy a dejar que me tomen el pelo en cada esquina. Hay que estar a las vivas Cami... y no te atrevas a decirme que tu infancia fue igual a la mía. No lo puedes entender porque tú creciste en otro entorno- respondió haciendo ademanes exagerados y alzando un poco la voz. La sangre se le subía a la cabeza causándole un momentáneo mareo.

-¡Robarle a Don Ismael no es actuar de acuerdo a las situaciones!... no me quieras hacer la tonta, no lo soy.

-Ese bastardo…- murmuró- Él nos cobra más caro nada más porque somos de San Luís y el muy estúpido piensa que nos tragamos sus mentiras y sus estafas. ¿Tú crees que valga la pena cambiar Cami?, ¿con qué fin?, dímelo... Aída se acuesta con otros, estoy seguro de eso, pero luego me busca para rogarme que no la deje. En cada esquina nos tratan de oprimir. En este país no se puede de otra manera; las viejas son todas unas desgraciadas y los demás hombres unos rateros malparidos. La única solución es robarle al ladrón, aquí no hay penas ni castigos... hay que ir con la corriente mi pachoncita- respondió Blas, enfurecido, confundido y atormentado.

-No lo sé... supongo que algo de razón tienes, pero es triste- le dijo casi en un murmullo- Y hacemos las cosas por conformarnos- continuó ella agachando la cabeza al hablar- Sé que parece iluso, e incluso inútil, pero el cambio empieza por uno mismo, ¿no lo crees Blas?- preguntó Camila levantando la mirada

Blas la miró. La observó hasta las profundidades de su mirada y cuando hubo encontrado el significado que deseaba, comenzó a hablar nuevamente.
-¿Y mientras todo cambia me pasan a chingar a mí?, yo no soy un mártir, no creo en las causas nobles y los futuros brillantes que no me incluyen. Ya no le voy a robar a ese malparido de Ismael, pero prométeme que vas a dejar a ese patán algún día.- le dijo Blas, pintando una nueva sonrisa en su rostro.

-¡Ja!, crees en el egoísmo en esencia y me pones a pensar… quizá sólo exista la causa entrecomillada noble. Pues ésta se basa en el propio deseo, probablemente no tiene caso esperar algún sacrificio- concluyó ella, desalentada. -Pero sí esperaré que algún día me expliques porque insistes tanto en que deje a Josué- argumentó Camila, viéndolo a la cara, devolviéndole el gesto, con una sonrisa entre los labios.

-Quizás cuando mi mente deje de tartamudear...- respondió.

Entre la libertad y el poder: independencia periodística hoy

Dra. Maricarmen Fernández Chapou

¿Pueden las sociedades, sean democráticas o no, prescindir de medios de comunicación serios? ¿Se puede prescindir de los medios independientes y poderosos cuando nos enfrentamos a potencias todopoderosas como Estados Unidos? En un mundo tecnológica y económicamente renovado, ¿cómo puede la prensa mantener una cierta idea de democracia y de libertad?
A pesar de los grandes avances de los medios y las tecnologías, así como las cada vez mayores posibilidades de comunicarnos de manera global, el contexto contemporáneo no parece ser favorable para el periodismo. A raíz de conflictos como la guerra de Irak, se observa en el mundo un creciente retroceso en la libertad de expresión y el pluralismo informativo, además de una supeditación cada vez más marcada entre los medios y el poder económico y político.
Según el último Balance de Reporteros sin Fronteras, el número de violaciones a la libertad de prensa ha aumentado. La cifra de periodistas muertos, por ejemplo, con un total aproximado de 50, es el más elevado desde 1995. En los últimos años, se alcanzaron récords en el número de periodistas detenidos y de medios censurados. Al 1 de enero de 2004, al menos 124 periodistas estaban encarcelados en el mundo por sus opiniones o a causa de sus actividades profesionales; una cifra en constante aumento desde 2001.
A todo ello han contribuido acontecimientos como los del 11 de septiembre en Estados Unidos, cuando las Torres Gemelas de Nueva York fueron derribadas por grupos terroristas: “El constante aumento de atentados a la libertad de prensa desde 2001 está, sin duda alguna, relacionado con la lucha contra el terrorismo y las leyes antiterroristas, adoptadas en algunos países tras los atentados del 11-S”, dice el Balance.
El enorme despliegue militar y la cobertura mediática sin precedente de la guerra de Irak han contribuido al elevado número de periodistas agredidos y amenazados. Cada vez es más peligroso para los periodistas cubrir un conflicto, y éste resulta una dura prueba para la libertad de expresión, sobre todo porque ha resultado casi imposible una cobertura independiente de este tipo de acontecimientos.
Los hechos del 11-S y la consecuente reacción de Estados Unidos desde el punto de vista mediático, demostraron la supeditada relación entre los medios de comunicación y el poder. Por primera vez de manera tan abierta y clara, la administración norteamericana admitió que se trataba de una gran guerra mediática y advirtió a la prensa de que no podría informar todo lo que ocurriera en el conflicto; incluso sugirió que el gobierno mentiría a los medios si lo consideraba necesario, mientras que la prensa lo aceptó sin denuedo.
El hecho de crear un frente mediático en la guerra de Irak hizo que los periodistas, según explica Ignacio Ramonet, “reaccionaran como patriotas” y abandonaran la idea de objetividad y rigor. Aún más, cualquier disidencia fue considerada como “traición a la patria”, y en la prensa se suscitaron despidos hacia aquellos periodistas que rompieron con esta línea oficial. Prototipo de información de tendencia claramente pro-norteamericana fue la que emitió la cadena de televisión más importante de ese país, la CNN, la cual encontró en su homóloga árabe Al Yazira, que mostraba otras caras del conflicto, una peligrosa competencia.
De este modo, y así los suscribe el Estado de la prensa publicado recientemente por Le monde diplomatique, “acontecimientos como la guerra de Irak han puesto de relieve la escasa tolerancia general hacia cualquier atisbo de discrepancia”. Steve Rendall, animador del organismo de vigilancia de los medios de comunicación estadounidenses conocido como FAIR, ha reconocido que “en el tema de la guerra de Irak ha faltado un verdadero debate al principio de la invasión”.
Explica Ramonet: “En la fase posterior al 11 de septiembre, a la cual califico de ‘nueva guerra fría’ sucederá que, con el pretexto de combatir el terrorismo o el islamismo radical, Estados Unidos y sus aliados se van a dotar de un arsenal de medidas coercitivas, como las leyes que se aceptaron referentes a la restricción de libertades, de movimiento y de pensamiento, lo que va a conducir a una especie de ‘neomacartismo’. Esto va a generar un retroceso en los avances de los últimos diez años con respeto a las libertades y a la constitución de Estados de Derecho.”
La sociedad occidental actual, marcada por la globalización, el desarrollo de las nuevas tecnologías y la monopolización comercial, se caracteriza por no impulsar el pensamiento crítico. El contexto está dominado por la idea de que lo que es bueno para Estados Unidos (gran impulsor de la sociedad de la información, desde luego, pero para implantarla a cualquier precio, donde desee y como desee) es bueno para la humanidad, lo que es bueno para occidente, es bueno para la humanidad; lo cual es sustentado por la triada integrada por Estados Unidos, Europa y Japón, con su correspondiente Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mudial del Comercio, los vencedores de la Guerra Fría que, ahora más que nunca, imponen su voluntad a los demás, a pesar de las resistencias con las que llegan a enfrentarse.
Paradójicamente, la censura ha estimulado la revolución tecnológica, la cual ha traído consigo una renovación de la creatividad de quienes tratan de evadirla. Las nuevas tecnologías, como señala el reciente Informe mundial sobre la comunicación y la información de la UNESCO, han producido una profusión y diversificación sin precedentes de los medios de comunicación, y constituyen en muchos casos un instrumento de libertad de expresión y una herramienta útil en la apertura de nuevos campos comunicacionales e informativos.
No obstante, también han dado lugar a aspectos menos positivos como nuevos métodos de manipulación o el dominio de una información mundial uniformada, dirigida por grandes monopolios mediáticos que impiden en muchos casos que el pluralismo prospere.
A medida que los cambios se aceleran, se vuelve urgente la necesidad de contar con fuentes de información pública más amplias y diversificadas; pero lo que ocurre ahora mismo es justamente lo contrario. Según el Informe mundial sobre la comunicación y la información, en los últimos años los grupos mediáticos poderosos se han vuelto aún más poderosos; asimismo, el número de grupos, con sus diferentes niveles de influencia, está decreciendo año tras año como resultado de fusiones, absorciones y alianzas. En múltiples casos, el mismo grupo controla distintos medios, desde televisión, prensa, revistas y cine, hasta libros, entretenimiento, parques de diversión y líneas de productos varios. De igual forma, se ha llevado a cabo la integración de todas las actividades empresariales implicadas, desde la producción hasta la distribución en un mismo monopolio, lo que limita las posibilidades de pluralismo y desacuerdo.
Según los norteamericanos Peter Phillips e Ivan Harslof, “la concentración en los medios estadounidenses representa una grave amenaza para la libertad de expresión”. La censura está atravesando también por un periodo de privatización. E, incluso, esta misma monopolización contribuye al deterioro en la calidad de las informaciones.
Y es que son las leyes del mercado las que están determinando los contenidos informativos. Al mismo tiempo, el quehacer del medio dominante, la televisión, arrastra a los demás medios: cambia la idea de actualidad, las noticias se eligen en función de su capital visual, el lenguaje periodístico se devalúa y la veracidad pasa a ser lo que todos los medios dicen que es verdad aunque no sea cierto.
Según alertan los investigadores estadounidenses Bill Kovach y Tom Rosenstiel, en su estudio Elementos del periodismo, la situación cualitativa de la prensa hoy en día se centra en la autocensura y el amarillismo, como consecuencia del efecto contagio de los medios audiovisuales con los que compiten, así como el número creciente de periodistas que recibe gratificaciones en función de los beneficios de sus compañías y no de la calidad de su trabajo. A su vez, crece la desconfianza del ciudadano en la profesión periodística.
A las crisis de credibilidad, contenidos e independencia, se suma en nuestro contexto una crisis institucional. “¿Pueden las sociedades –se pregunta el Estado de la prensa—sean democráticas o no, prescindir de los medios de comunicación serios? ¿Se puede prescindir de los medios independientes y poderosos cuando nos enfrentamos a potencias todopoderosas?”. Responde: “La prensa quiere mantener una cierta idea de democracia y de la libertad en un mundo tecnológico y económico enteramente renovado.”
Lo cierto es que la prensa aún se enfrenta, además de los desafíos de orden ético y económico, a una asignatura pendiente como institución democrática, representada por ese “cuarto poder” a menudo incontestado y no sometido a ningún tribunal. Al respecto, el especialista Ben Bagdikian concluye: “El producto de los medios de difusión de noticias, cuyo contenido no está proyectado ante todo para servirle al lector sino para complacer a un tercero, ha empezado a perder su vigor como institución. Cuando las noticias se proyectan para excluir a la tercera parte o a la mitad de la población, esto significa que se ha sacrificado gran parte de su reputación como mecanismo democrático. Y si lo que entrega son descripciones de acontecimientos desconectados del mundo real, esto significa que los medios de difusión de noticias han empezado a desvanecerse como fuerza importante en cualquier sociedad.”
Los medios de comunicación están convirtiéndose en los primeros poderes de influencia pública, al punto de que para algunos estudiosos nos dirigimos hacia la “mediacracia” o “telecracia” (Sartori, Ramonet, etc.) que podría sustituir a la democracia; pero existe una complicidad con los poderes políticos al grado de que los medios de comunicación se convierten en los únicos poderes sin control democrático. De modo que, lo que es indispensable, es el tratamiento jurídico y ético de los medios.
En el campo de los retos, así, se erigen dos grandes esferas: la que concierne a las propuestas que implican una acción pública y jurídica de control, de límites legales al poder empresarial, de modernización de las leyes antimonopolio y las políticas impositivas, adecuándolas a las realidades contemporáneas; y la que concierne a los esfuerzos individuales de los propios hacedores del periodismo, quizá de los minoritarios, nuevos u opcionales medios. Como dice Bagdikian: “En la política, como en el arte, los conceptos y los valores nuevos suelen provenir de las tenues voces marginales”. El decir que las cosas son como son porque no hay otra salida, suele ser una gran falacia.
En estos inicios del siglo XXI, cuando para los más críticos la libertad de expresión y la profesión periodística en general se enfrentan a la mayor amenaza sufrida nunca antes, es prioritario ensayar posibilidades nuevas para competir con las nuevas realidades. Y en el recuento de esos esfuerzos, permanece incólume el ideal periodístico de la información crítica, independiente, concientizada y comprometida con las causas sociales que, no hay que olvidar, son las que han otorgado de sentido a la labor del buen periodista de siempre.