martes, 19 de junio de 2007

La apariencia del placer y el sacrificio

Axel J. Barradas y Lovisa Ekelund
-¡Blas!, ¿sabes que significa mi nombre?- preguntó Camila con voz entusiasta.

Blas miró a su amiga con especial alegría.
-¡Hola rabiosa!- contestó- no, no lo sé. Seguramente algo así como obsesiva o aburrida- dijo, riendo su propio chiste, pero con disimulo.

-Te he dicho no sé cuantas veces que no me digas así, pero eres imposible...- le reprochó y continuó- significa "la que espera sacrificio".

Blas titubeó, sonrió y luego preguntó en tono sarcástico.
-¿Y qué sacrificio esperas tú?... Deberías dejar a ese desgraciado con el que andas y estar conmigo- sugirió- ¿Ya lo ves?, ese sí sería un sacrificio digno, hasta tu nombre te lo propone. Digamos que el destino nos favorece, querida amiga.

-Ay, por favor. ¿Para qué tanto embrollo?... por cierto, tu nombre sólo significa ‘tartamudo’. Lo investigué, a mí de qué me sirve un tartamudo…- replicó ella levantando las cejas y vaciló- además ese no es el sacrificio que espero.

Blas dejó escapar una risita burlona.
-Pero tú bien sabes que yo no soy un tartamudo. Además, que me importa lo que tus libritos de segunda mano digan- reprochó Blas.

Camila respondió con una mirada que su amigo conocía perfectamente.

>>Anda, dime. ¿Cuál sería tu glorioso sacrificio, Camilita de mi corazón?- preguntó Blas, irrumpiendo con la tensión que provocaba el mirar de Camila.

-¿Mi sacrificio?... supongo que no hay sacrificio propio mientras no haya pequeños sacrificios cada día... una persona se sacrifica al ceder, al tolerar…- contestó.

-¿Sabes?- respondió arqueando las cejas- hoy vi a Margarito, y ese cabrón me debe dinero... ese imbécil bueno para nada sí se debería sacrificar, no tú que no le debes nada a este pinche mundo mediocre y a este sistema infectado de mierda, que nos hace una masa de pendejos sin capacidad de razonar.- refutó Blas, colérico.

-¿¡Lo ves!?, eso es a lo que me refiero. Esperas la nobleza de Margarito sin entregar antes la tuya- le dijo- Podrías empezar con cosas mínimas... por ejemplo, no hay por que usar ese tipo de ofensas antes del nombre de cualquier cosa. Insultar no cambia nada, Blas- le reprochó.

-Pachona- respondió, observándola con una mirada de culpabilidad. -Para decirme esas cosas está mi Mamá... y si ella no me dice nada no tienes porque hacerlo tú, ¿vale? Aparte, ¿quién te mantuvo cuando eras una morrita desamparada?... sólo yo, sí señor.

-¿Tú?... Caray, como hablas- le dijo ella con ironía. -Precisamente por eso te lo digo, no hay nadie más que te diga tus cosas- Calló y espero unos segundos mientras Blas tomaba de una botella que sostenía en su mano derecha.

>> ¡Escúchame carajo!, por más que lo intento eres el mismo de siempre.

Blas se enjugo los labios con el dorso de la mano y dejo la botella a un lado.
-Pues sí, siempre seré el mismo, Cami... ¿Por qué habría de cambiar? Una basura más en esta pila de podredumbre no cambiará nada. Déjame ser como soy, así soy feliz y me conoces bien; no sé por qué de pronto te da esa manía de empeñarte en corregirme- le contestó a su querida amiga, sabiendo que la lastimaba su indiferencia ante el cambio que ella tanto anhelaba en él. Blas no soportaba su insistencia, pero a la vez, le encantaba la sensación de sentirse provocado. Jugaba y se burlaba de todo con ironía.

-No eres feliz... y ni si quiera eres uno mas de la bola que no aporta nada, haces daño y lo sabes... Cambia por ti y por tus Papás... ¡por los vecinos!, que no tienes idea cuanto lo agradecerían...cambia por mí- le contestó dulcificando cada tono, hablaba despacio, haciendo cuidadosa selección de sus palabras.

-A mis Papás les importa un bledo lo que yo haga, igualmente a los vecinos que son unos tarados sin futuro. Tú eres la única por la que lo haría, pero no veo tu punto... igual me han dejado todas y cada una de las viejas que se han acercado a mí con una falsa sonrisa- dijo conmovido y un tanto entristecido por la aparente negrura de su realidad.

>>El fin de semana estuve con Aída...- agregó- me pidió que regresáramos, está loca.- concluyó, embelesado y a la vez amedrentado por su enrarecida relación y por la soledad que esto le provocaba.

-Pues sí, está loca... es una terca como tú- le contestó Camila, cortante. -Blas... ¿cuándo vas a dejar de cambiarme el tema cada vez que hablo de esto contigo? Antes eras considerado.

-Antes, corazón… cuando teníamos nueve años. Fuera de eso, tú crees que tu angelito es el mejor hombre, pero tú y yo sabemos que ese cabrón no te conviene.- objetó, un tanto nublado por los celos- No sé que le ves.

-¿¡Eso que tiene que ver Blas!?...- respondió ella de inmediato

>>Y sí- continuó- antes, a los nueve, a los diez, a los once o hace veinte años, como quieras ponerlo...pero yo he crecido igual que tú y aún no entiendo tu afán por ser… “el malo” del vecindario- dijo Camila desesperada, extendiendo los brazos al hablar.

-No soy el malo del vecindario, sólo me comporto de acuerdo a las situaciones... no voy a dejar que me tomen el pelo en cada esquina. Hay que estar a las vivas Cami... y no te atrevas a decirme que tu infancia fue igual a la mía. No lo puedes entender porque tú creciste en otro entorno- respondió haciendo ademanes exagerados y alzando un poco la voz. La sangre se le subía a la cabeza causándole un momentáneo mareo.

-¡Robarle a Don Ismael no es actuar de acuerdo a las situaciones!... no me quieras hacer la tonta, no lo soy.

-Ese bastardo…- murmuró- Él nos cobra más caro nada más porque somos de San Luís y el muy estúpido piensa que nos tragamos sus mentiras y sus estafas. ¿Tú crees que valga la pena cambiar Cami?, ¿con qué fin?, dímelo... Aída se acuesta con otros, estoy seguro de eso, pero luego me busca para rogarme que no la deje. En cada esquina nos tratan de oprimir. En este país no se puede de otra manera; las viejas son todas unas desgraciadas y los demás hombres unos rateros malparidos. La única solución es robarle al ladrón, aquí no hay penas ni castigos... hay que ir con la corriente mi pachoncita- respondió Blas, enfurecido, confundido y atormentado.

-No lo sé... supongo que algo de razón tienes, pero es triste- le dijo casi en un murmullo- Y hacemos las cosas por conformarnos- continuó ella agachando la cabeza al hablar- Sé que parece iluso, e incluso inútil, pero el cambio empieza por uno mismo, ¿no lo crees Blas?- preguntó Camila levantando la mirada

Blas la miró. La observó hasta las profundidades de su mirada y cuando hubo encontrado el significado que deseaba, comenzó a hablar nuevamente.
-¿Y mientras todo cambia me pasan a chingar a mí?, yo no soy un mártir, no creo en las causas nobles y los futuros brillantes que no me incluyen. Ya no le voy a robar a ese malparido de Ismael, pero prométeme que vas a dejar a ese patán algún día.- le dijo Blas, pintando una nueva sonrisa en su rostro.

-¡Ja!, crees en el egoísmo en esencia y me pones a pensar… quizá sólo exista la causa entrecomillada noble. Pues ésta se basa en el propio deseo, probablemente no tiene caso esperar algún sacrificio- concluyó ella, desalentada. -Pero sí esperaré que algún día me expliques porque insistes tanto en que deje a Josué- argumentó Camila, viéndolo a la cara, devolviéndole el gesto, con una sonrisa entre los labios.

-Quizás cuando mi mente deje de tartamudear...- respondió.

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