martes, 19 de junio de 2007

Entre la libertad y el poder: independencia periodística hoy

Dra. Maricarmen Fernández Chapou

¿Pueden las sociedades, sean democráticas o no, prescindir de medios de comunicación serios? ¿Se puede prescindir de los medios independientes y poderosos cuando nos enfrentamos a potencias todopoderosas como Estados Unidos? En un mundo tecnológica y económicamente renovado, ¿cómo puede la prensa mantener una cierta idea de democracia y de libertad?
A pesar de los grandes avances de los medios y las tecnologías, así como las cada vez mayores posibilidades de comunicarnos de manera global, el contexto contemporáneo no parece ser favorable para el periodismo. A raíz de conflictos como la guerra de Irak, se observa en el mundo un creciente retroceso en la libertad de expresión y el pluralismo informativo, además de una supeditación cada vez más marcada entre los medios y el poder económico y político.
Según el último Balance de Reporteros sin Fronteras, el número de violaciones a la libertad de prensa ha aumentado. La cifra de periodistas muertos, por ejemplo, con un total aproximado de 50, es el más elevado desde 1995. En los últimos años, se alcanzaron récords en el número de periodistas detenidos y de medios censurados. Al 1 de enero de 2004, al menos 124 periodistas estaban encarcelados en el mundo por sus opiniones o a causa de sus actividades profesionales; una cifra en constante aumento desde 2001.
A todo ello han contribuido acontecimientos como los del 11 de septiembre en Estados Unidos, cuando las Torres Gemelas de Nueva York fueron derribadas por grupos terroristas: “El constante aumento de atentados a la libertad de prensa desde 2001 está, sin duda alguna, relacionado con la lucha contra el terrorismo y las leyes antiterroristas, adoptadas en algunos países tras los atentados del 11-S”, dice el Balance.
El enorme despliegue militar y la cobertura mediática sin precedente de la guerra de Irak han contribuido al elevado número de periodistas agredidos y amenazados. Cada vez es más peligroso para los periodistas cubrir un conflicto, y éste resulta una dura prueba para la libertad de expresión, sobre todo porque ha resultado casi imposible una cobertura independiente de este tipo de acontecimientos.
Los hechos del 11-S y la consecuente reacción de Estados Unidos desde el punto de vista mediático, demostraron la supeditada relación entre los medios de comunicación y el poder. Por primera vez de manera tan abierta y clara, la administración norteamericana admitió que se trataba de una gran guerra mediática y advirtió a la prensa de que no podría informar todo lo que ocurriera en el conflicto; incluso sugirió que el gobierno mentiría a los medios si lo consideraba necesario, mientras que la prensa lo aceptó sin denuedo.
El hecho de crear un frente mediático en la guerra de Irak hizo que los periodistas, según explica Ignacio Ramonet, “reaccionaran como patriotas” y abandonaran la idea de objetividad y rigor. Aún más, cualquier disidencia fue considerada como “traición a la patria”, y en la prensa se suscitaron despidos hacia aquellos periodistas que rompieron con esta línea oficial. Prototipo de información de tendencia claramente pro-norteamericana fue la que emitió la cadena de televisión más importante de ese país, la CNN, la cual encontró en su homóloga árabe Al Yazira, que mostraba otras caras del conflicto, una peligrosa competencia.
De este modo, y así los suscribe el Estado de la prensa publicado recientemente por Le monde diplomatique, “acontecimientos como la guerra de Irak han puesto de relieve la escasa tolerancia general hacia cualquier atisbo de discrepancia”. Steve Rendall, animador del organismo de vigilancia de los medios de comunicación estadounidenses conocido como FAIR, ha reconocido que “en el tema de la guerra de Irak ha faltado un verdadero debate al principio de la invasión”.
Explica Ramonet: “En la fase posterior al 11 de septiembre, a la cual califico de ‘nueva guerra fría’ sucederá que, con el pretexto de combatir el terrorismo o el islamismo radical, Estados Unidos y sus aliados se van a dotar de un arsenal de medidas coercitivas, como las leyes que se aceptaron referentes a la restricción de libertades, de movimiento y de pensamiento, lo que va a conducir a una especie de ‘neomacartismo’. Esto va a generar un retroceso en los avances de los últimos diez años con respeto a las libertades y a la constitución de Estados de Derecho.”
La sociedad occidental actual, marcada por la globalización, el desarrollo de las nuevas tecnologías y la monopolización comercial, se caracteriza por no impulsar el pensamiento crítico. El contexto está dominado por la idea de que lo que es bueno para Estados Unidos (gran impulsor de la sociedad de la información, desde luego, pero para implantarla a cualquier precio, donde desee y como desee) es bueno para la humanidad, lo que es bueno para occidente, es bueno para la humanidad; lo cual es sustentado por la triada integrada por Estados Unidos, Europa y Japón, con su correspondiente Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y Organización Mudial del Comercio, los vencedores de la Guerra Fría que, ahora más que nunca, imponen su voluntad a los demás, a pesar de las resistencias con las que llegan a enfrentarse.
Paradójicamente, la censura ha estimulado la revolución tecnológica, la cual ha traído consigo una renovación de la creatividad de quienes tratan de evadirla. Las nuevas tecnologías, como señala el reciente Informe mundial sobre la comunicación y la información de la UNESCO, han producido una profusión y diversificación sin precedentes de los medios de comunicación, y constituyen en muchos casos un instrumento de libertad de expresión y una herramienta útil en la apertura de nuevos campos comunicacionales e informativos.
No obstante, también han dado lugar a aspectos menos positivos como nuevos métodos de manipulación o el dominio de una información mundial uniformada, dirigida por grandes monopolios mediáticos que impiden en muchos casos que el pluralismo prospere.
A medida que los cambios se aceleran, se vuelve urgente la necesidad de contar con fuentes de información pública más amplias y diversificadas; pero lo que ocurre ahora mismo es justamente lo contrario. Según el Informe mundial sobre la comunicación y la información, en los últimos años los grupos mediáticos poderosos se han vuelto aún más poderosos; asimismo, el número de grupos, con sus diferentes niveles de influencia, está decreciendo año tras año como resultado de fusiones, absorciones y alianzas. En múltiples casos, el mismo grupo controla distintos medios, desde televisión, prensa, revistas y cine, hasta libros, entretenimiento, parques de diversión y líneas de productos varios. De igual forma, se ha llevado a cabo la integración de todas las actividades empresariales implicadas, desde la producción hasta la distribución en un mismo monopolio, lo que limita las posibilidades de pluralismo y desacuerdo.
Según los norteamericanos Peter Phillips e Ivan Harslof, “la concentración en los medios estadounidenses representa una grave amenaza para la libertad de expresión”. La censura está atravesando también por un periodo de privatización. E, incluso, esta misma monopolización contribuye al deterioro en la calidad de las informaciones.
Y es que son las leyes del mercado las que están determinando los contenidos informativos. Al mismo tiempo, el quehacer del medio dominante, la televisión, arrastra a los demás medios: cambia la idea de actualidad, las noticias se eligen en función de su capital visual, el lenguaje periodístico se devalúa y la veracidad pasa a ser lo que todos los medios dicen que es verdad aunque no sea cierto.
Según alertan los investigadores estadounidenses Bill Kovach y Tom Rosenstiel, en su estudio Elementos del periodismo, la situación cualitativa de la prensa hoy en día se centra en la autocensura y el amarillismo, como consecuencia del efecto contagio de los medios audiovisuales con los que compiten, así como el número creciente de periodistas que recibe gratificaciones en función de los beneficios de sus compañías y no de la calidad de su trabajo. A su vez, crece la desconfianza del ciudadano en la profesión periodística.
A las crisis de credibilidad, contenidos e independencia, se suma en nuestro contexto una crisis institucional. “¿Pueden las sociedades –se pregunta el Estado de la prensa—sean democráticas o no, prescindir de los medios de comunicación serios? ¿Se puede prescindir de los medios independientes y poderosos cuando nos enfrentamos a potencias todopoderosas?”. Responde: “La prensa quiere mantener una cierta idea de democracia y de la libertad en un mundo tecnológico y económico enteramente renovado.”
Lo cierto es que la prensa aún se enfrenta, además de los desafíos de orden ético y económico, a una asignatura pendiente como institución democrática, representada por ese “cuarto poder” a menudo incontestado y no sometido a ningún tribunal. Al respecto, el especialista Ben Bagdikian concluye: “El producto de los medios de difusión de noticias, cuyo contenido no está proyectado ante todo para servirle al lector sino para complacer a un tercero, ha empezado a perder su vigor como institución. Cuando las noticias se proyectan para excluir a la tercera parte o a la mitad de la población, esto significa que se ha sacrificado gran parte de su reputación como mecanismo democrático. Y si lo que entrega son descripciones de acontecimientos desconectados del mundo real, esto significa que los medios de difusión de noticias han empezado a desvanecerse como fuerza importante en cualquier sociedad.”
Los medios de comunicación están convirtiéndose en los primeros poderes de influencia pública, al punto de que para algunos estudiosos nos dirigimos hacia la “mediacracia” o “telecracia” (Sartori, Ramonet, etc.) que podría sustituir a la democracia; pero existe una complicidad con los poderes políticos al grado de que los medios de comunicación se convierten en los únicos poderes sin control democrático. De modo que, lo que es indispensable, es el tratamiento jurídico y ético de los medios.
En el campo de los retos, así, se erigen dos grandes esferas: la que concierne a las propuestas que implican una acción pública y jurídica de control, de límites legales al poder empresarial, de modernización de las leyes antimonopolio y las políticas impositivas, adecuándolas a las realidades contemporáneas; y la que concierne a los esfuerzos individuales de los propios hacedores del periodismo, quizá de los minoritarios, nuevos u opcionales medios. Como dice Bagdikian: “En la política, como en el arte, los conceptos y los valores nuevos suelen provenir de las tenues voces marginales”. El decir que las cosas son como son porque no hay otra salida, suele ser una gran falacia.
En estos inicios del siglo XXI, cuando para los más críticos la libertad de expresión y la profesión periodística en general se enfrentan a la mayor amenaza sufrida nunca antes, es prioritario ensayar posibilidades nuevas para competir con las nuevas realidades. Y en el recuento de esos esfuerzos, permanece incólume el ideal periodístico de la información crítica, independiente, concientizada y comprometida con las causas sociales que, no hay que olvidar, son las que han otorgado de sentido a la labor del buen periodista de siempre.

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