viernes, 29 de junio de 2007

Libre como un preso

Axel J. Barradas

Las emociones nos encarcelan, nos aprisionan y marean. Se vuelven los martirios de cada día, el primer pensamiento por las mañanas y el último por las noches. Nos privan de la ya diezmada libertad que a duras penas poseemos. ¡Y así, nos convertimos en eternos esclavos hasta de nosotros mismos! No menos dominados como son las olas por el mar. Como los seres, tanto animados como inanimados, lo son por la gravedad. Vamos y venimos y ni cuenta nos damos. Somos manipulados y manipulables y nos movemos por el arte de cuerdas invisibles, como títeres, por simple inercia e instinto que calificamos de inequívoco. La libertad nos enajena de orgullo, la simple idea de que en verdad la poseemos a pesar de ser tan vaga y efímera. Tan frágil e impalpable.

Lector, te pregunto, ¿por qué te vas? Tu libertad te llama con dulzura. ¿No pensaste siquiera en mi destrucción prensada a cada rima que compone tu soledad y tu imperiosa necesidad de marcharte?... de alejarte de mí y del mundo entero. Pues… ¡yo pienso que la libertad te ha hecho su presa! Si no me lees, no existo. Pero eres libre de mí y… ¿verdaderamente te has librado de todas tus demás cadenas? O acaso te encuentras tal como yo, envuelto en todas esas penas que jamás se han de revelar. Que son mías, muy mías (y así también, serán sólo tuyas). Te hallas inmerso y embobado dentro de las fauces de un monstruo que te controla, que maneja el destino y nos priva de la libertad: llámese la moral, el sistema, las ideas, la familia, la vida misma, todo lo que nos rodea y que nunca cuestionamos.

¡No bosteces! Tampoco frunzas el ceño. Quiero concluir diciéndote que somos libres de marchar o de quedarnos. Libres como la mañana, libres como un grano de arena o como una nube que surca los cielos sin encontrar jamás fronteras. ¡Libres al fin! O por lo menos, libres de fingir que verdaderamente lo somos… y luego pretenderé que no hay otra alternativa para demostrar lo contrario. ¡Yo también puedo simular sonrisas y esconder lágrimas con vergüenza! La libertad es mía, soy libre… ¡libre! Encadenado por siempre a mis emociones y caprichos, pero libre en mi interminable soledad. ¿Y tú? Tú eres libre de marcharte junto con mis palabras que se borran y se van, que se estancan y padecen. Que se olvidan.

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